Mi confusa imagen de Arturo Pérez-Reverte

Con frecuencia uno no debe esperar coherencia en los comportamientos, las personas somos contradictorias, dependientes de nuestras circunstancias en todo momento, no siempre las expectativas son confirmadas y ello ocurre no sólo por imprevistos externos sino por nuestros propios cambios de enfoque. En los escritores ocurre de forma más acusada porque quien escribe ficción es llevado por su mano hacia terrenos imprevistos, hacia simpatías convenientes o hacia conclusiones necesarias en su trama. También, en ocasiones, existen personas que por su naturaleza actúan frecuentemente de forma contradictoria.

Hace mucho tiempo, cuando terminé de leer ‘El húsar’, decidí seguir los trabajos de Arturo Pérez-Reverte . Tras ese pequeño gran relato, disfruté con ‘La tabla de Flandes, ‘La piel del tambor’, ‘La carta esférica’ , ‘La reina del Sur’ o con las aventuras del capitán Alatriste. Pérez-Reverte es de esos escritores afortunados que tienen el talento esencial del narrador y lo saben utilizar.

Despreciado inicialmente en los ‘ámbitos literarios’ porque algunos guardianes de una pureza que nunca se ha definido consideraban su trabajo demasiado ‘comercial’, sus continuos éxitos le convirtieron en pocos años en una figura popular, quizás a su pesar. Su obra era numerosa, variada y resultaba un entretenimiento que no ofendía la inteligencia del lector. Cuando leí ‘El pintor de batallas’ tuve la impresión de que es la obra que mejor refleja su personalidad. También debo reconocer que en los últimos años he perdido con frecuencia su pista y quizás ha cambiado respecto a sus primeros trabajos que le dieron la visibilidad actual…

El éxito literario le proporcionó una red confortable y segura sobre la que volaron sus numerosos artículos en el suplemento dominical del grupo Vocento, en su colaboración bajo el título ‘Patente de corso’. El antiguo corresponsal de guerra de TVE, arremetía desde ella contra los políticos y las costumbres de nuestro tiempo. En un combate a veces desigual entre el autor de éxito y las víctimas de sus iras hizo sangre con algunos excesos, con olvidos y transformaciones, con simples mentiras o con cambios de trascendencia aparentemente menor.

No me considero un experto en el autor y tan sólo expreso una impresión cuando pienso que al leer a Pérez-Reverte evocamos mujeres que resultan personajes en cierto modo convencionales en la literatura. En alguna de sus novelas son mujeres entregadas a la vida como bandidas o putas, otras son intrigantes cortesanas o bellas amantes que deben ser protegidas como flores. La época y los escenarios son tan específicos que no permiten comprobar si serían aceptadas por el autor en roles no heroicos actuales que pudieran desempeñar hombres. Confieso que sus artículos me confunden a veces y con frecuencia me resultan contradictorios. Junto a un odio, para mí inexplicable, hacia todo lo que pueda suponer ‘feminismo’ y que termina por sugerir que practica un machismo de estilo tradicional recuerdo haber leído textos suyos que en absoluto se adjudicarían a una persona de esas características. A pesar de ello y quizás esto parezca un juicio de intenciones, creo que sus trabajos reflejan la opinión de que las diferencias físicas y hormonales definen inexorablemente las capacidades de las mujeres hasta los extremos que él admite y describe.

A menudo he comprendido su irritación con el mundo, a veces la he compartido e incluso en ocasiones he pensado que es una voz muy necesaria en el coro terrenal de la libertad de opinión. Otras veces me ha parecido excesivo y con cierta frecuencia he echado de menos en sus artículos una mayor tolerancia.

Pero seguramente nadie atraviesa años de ejercicio como reportero de guerra sin dejarse parte del alma entre los restos de la barbarie. Y sus críticas reflejan a veces una dureza inusitada, que ahora interpreto como gritos de alguien que tiene sus referencias en otro lugar y acaso en otros tiempos. Como su pintor de batallas muestra, a veces resulta duro, frío, insensible, alguien que contempla el mundo sin compasión y sin afecto hacia personas ni lugares porque ha visto la maldad en todos ellos. Me hace pensar en alguien inflexible que no se permite ciertas debilidades y no las perdona en los demás, que no ofrece grietas frente a la duda, que cree que la vida de las personas se asemeja demasiado a la de una jungla y actúa en consecuencia, estableciendo un frío relato de hechos para los que tiene su justificación inamovible.

Recuerdo que el ex ministro Moratinos fue resonante víctima de su ira por mostrar en público la debilidad de llorar en el momento de su relevo. En el mundo de Alatriste, los hombres, los de verdad, jamás muestran sus sentimientos, si los tienen. Como en aquella popular película francesa de los 90, ‘Los visitantes’, en la que un hechizo trae desde la edad media hasta nuestro tiempo a un noble guerrero, el incomprendido capitán del imperio español atraviesa las letras de Pérez-Reverte, encuentra un mundo en el que no se reconoce y fulmina con su desprecio a cuantos no se muestran a su altura.

Quizás el duro corazón del escritor-guerrero albergue un sentimiento y más que una puesta en escena de sus relatos sus motivos recurrentes muestren una real admiración por glorias imperiales que ocurrieron en el tiempo de su protagonista. Aunque vistas desde la distancia de los siglos, poco puedan aportar a la sociedad actual de hombres libres que la mayoría deseamos y aquellos tiempos siguen brillando sobre todo por la ignorancia, el fanatismo y la ambición que impulsaron aquellas grandes aventuras, como tantas otras antes y después. Aunque, en contra de lo que él parece opinar, creo que nuestra cómoda sociedad nunca ha olvidado realmente las ventajas que suponen el valor, la disciplina, el espíritu de sacrificio, la coherencia y la autoestima. Simplemente las relativiza, quizás en exceso, pero son virtudes que nunca han dejado de valorarse.

Los modelos de héroe del escritor no encuentran fácil aplicación en una época de economía globalizada en la que el poder del imperio reside en Wall Street, en el que los tercios gestores de hoy quedan, como entonces, al mando de los banqueros multinacionales. Estos contratan mercenarios privados para realizar sus gestas querreras, la historia se repite. A cambio tenemos más libertades y entre ellas, la de mostrar que, hoy como siempre, hay mediocres y débiles, mal gusto y cobardía. Alatriste vuelve para ponerlo en su crudo relieve y nosotros, simples ciudadanos, le recordamos que en el poco glorioso, escandalosamente contaminado y vulgar mundo actual la mayoría de los europeos vive objetivamente mucho mejor que bajo el manto dorado del emperador de las Españas. Y también por eso seguiré leyendo a su autor.





Crédito de la imagen destacada: Marcelo_R Aguila real Foro Nikonistas

17 comentarios en “Mi confusa imagen de Arturo Pérez-Reverte

  1. Estoy absolutamente de acuerdo con los pros y contras al referirnos a un autor como él. Y pienso que resulta muy difícil separar al autor y a su obra en este caso concreto. Pero, incluso siendo así, la calidad de su escritura hace que una y otra vez se busque, leyéndole, encontrar en «él» una grieta de empatía con el común de los mortales… por lo menos, sería deseable.

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    1. Creo recordar alguna entrevista reciente en la que parece suavizar sus juicios pero realmente no sé si es así. Aunque tras ‘El pintor de batallas’ decidí olvidarle, leeré su última novela.
      Muchas gracias por comentar y por rebloguear.

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  2. Comencé a leer a Pérez-Reverte con su novela «La reina del sur», después «El capitán Alatriste» y me gustaron, pero cuando empecé a leer sus desprecios y su poca empatía hacia los demás, entendí muy bien una de sus novelas «Línea de fuego» con la que intentó convencernos, desde su supuesta superioridad, en que no hubo ni buenos ni malos porque todos fueron víctimas, dejé de leerle y seguirle. Gracias por compartir tus reflexiones. Un saludo!!!!

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    1. Suelo defender, a veces, que hay de separar al autor de su obra pero realmente en los escritores me resulta muy difícil y casi nunca lo consigo. En este caso él suele parecer prepotente y faltón, aunque a veces esté de acuerdo con alguno de sus puntos de vista. Pero esa seguridad despectiva que a veces transmite con sus opiniones resulta desagradable porque por mucho que uno haya visto y sufrido las personas que merece la pena tratar y leer mantienen una empatía hacia sus semejantes, hombres o mujeres.

      No he leído sus últimas obras, mis referencias son las que menciono, quizás ha mejorado con el tiempo….

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  3. La poca o mucha afinidad que podía tener con este hombre se perdió entre los renglones de su novela Territorio comanche donde menospreció el trabajo de Ángela Rodicio, también corresponsal de guerra, con una inquina y una prepotencia que, luego se vio, no eran sino el prólogo de esa suficiencia cuasi dogmática con la que atiza de malas maneras en sus columnas de prensa y en redes. No es que haya dejado de leer sus libros (ando ahora con El italiano) pero ese respeto que le tenía como informador desde los puntos más candentes de los confictos armados se ha ido difuminando conforme elevaba el tono de sus pontificaciones. La arrogancia, en la ficción, puede ser un buen recurso para perfilar un personaje, pero en la realidad, cansa. Y este hombre es un arrogante.

    Salud.

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      1. Separar al autor de sus arremetidas en la vida real es la única actitud posible con este escritor si se pretende leer sus novelas sin prejuicios. No obstante, él mismo no lo facilita en algunas. En su novela El Cid, en la que, por primera vez, se describe la relación, respetuosa pero de vasallaje, entre el castellano y el rey Al-Muqtádir de Zaragoza, cae Pérez Reverte en la memez de atribuirle a Rodrigo Díaz unas actitudes de superioridad moral y ética personal que chocan con la realidad de su estatus de mercenario al servicio del pagador de turno, como si el escritor quisiera justificar la alianza del Cid con la morisma de Al-Ándalus del Norte.

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  4. No he leído nada de Arturo Pérez Reverte, salvo algunos artículos publicados en la revista XL Semanas, que hace ya mucho tiempo deje de leer porque no me gusta su lenguaje prepotente y utilizado casi siempre desde su «pedestal» creyéndose muy superior el resto de los mortales. No suelo escuchar ni lo que dice ni leer lo que escribe.
    Un saludo.

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    1. Coincido en esa valoración de sus actitudes pero creo que algunas de sus novelas merecen leerse, especialmente ‘El húsar’ . Si tienes tiempo, entre tanta cosa como hay para leer, te recomiendo que la leas. Es buena y relativamente corta. Un saludo

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